El teatro del Lago en Frutillar, una conexión con Nicaragua y con Rubén Darío»
Ernesto Robleto Falla
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El Teatro del Lago se creó por una iniciativa privada, apoyada por las autoridades municipales y culturales tanto de la región Los Lagos como de las autoridades nacionales de Chile
En busca de temas interesantes ya sean científicos, culturales, artísticos y hasta de turismo, a veces exploro los canales internacionales del cable. Un domingo reciente, explorando el canal estatal TV Chile me encontré con un reportaje que celebraba los 10 años del Teatro del Lago. Una sorprendente institución cultural albergada en un singular edificio ubicado frente al lago Llanquihue; en la Región de Los Lagos, a mil kilómetros al sur de Santiago.
Mientras escuchaba la historia del Teatro del Lago, vino a mi mente la historia de nuestro Teatro Nacional Rubén Darío. Que es producto de la inspiración, afición cultural y gestión de la señora Hope Portocarrero de Somoza; acompañada por un grupo de empresarios con visión y respaldada por varias instituciones del Estado.
Los parangones son sorprendentes entre los dos teatros: similar número de butacas, ubicados frente a un lago de similar extensión con vista a volcanes, con capacidad para albergar todo tipo de espectáculos artísticos y acústica notable. Ambos son considerados patrimonio cultural en sus respectivos países. Allí terminan las similitudes.
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El Teatro del Lago se creó por una iniciativa privada, apoyada por las autoridades municipales y culturales tanto de la región Los Lagos como de las autoridades nacionales de Chile. Originalmente se concibió como una solución para sustituir la edificación de un hotel que había sido destruido por un incendio. Pero luego la visión de sus organizadores creció hacia una escuela de danza, una de canto, una de arte y toda una comunidad creativa.
Además, el edificio que está diseñado en madera con un estilo muy propio de la región, está ubicado frente a este bello y diáfano lago de origen glacial de singular arena negra. La región la llaman “región de Lagos y Volcanes” – otra vinculación con nuestra Patria, ya que está rodeado por dos impresionantes volcanes, el Osorio en el Este y el Calbuco en el Sur-Este, ambos a una distancia menor a los 70 kilómetros del sitio.
El programa que disfruté en TV Chile ese domingo, presentaba un reportaje en ocasión de la celebración del décimo aniversario del Teatro del Lago. Lo celebraron con la presentación de varios espectáculos de nivel internacional. Incluido el Trío de Música Clásica de Nueva York “Time for Three” que hizo un montaje inolvidable.
Luego de disfrutar dicho programa de televisión, visité la página web del teatro. Allí descubrí el mundo maravilloso del Teatro del Lago que ofrece becas para estudiar danza, música, teatro y otras artes. Así como la creación de la ciudad creativa de la música, la guardería creativa, y es escenario de espectáculos con artistas de nivel mundial.
Los invito a que hagan ese recorrido, para que se llenen de gozo al ver como la Fundación del Teatro del Lago ha logrado poner a Frutillas --pequeña ciudad de migrantes alemanes-- en el escenario mundial de las artes.
Nuestro teatro y su potencial
Regresando a la historia de la señora Hope Portocarrero de Somoza, me atrevo a afirmar que ella y su grupo original de apoyo visionaron hacer del Teatro Nacional Rubén Darío, todo un centro de desarrollo de las artes. Justificando la construcción de tan soberbio edificio que cuenta con instalaciones suficientes para desarrollar programas muy parecidos a los que ha logrado su “colega” el Teatro del Lago de Frutillas.
Y que además lleva el nombre de nuestra máxima figura Rubén Darío, quien amó a Chile y le debe mucho de lo que logró como renovador de la lengua castellana. Gracias al apoyo del hijo del Presidente Balmaceda y otros importantes personajes de ese país austral.
Probablemente ha faltado más apoyo, visión de largo plazo y mucho trabajo para hacer de nuestro Teatro Nacional Rubén Darío, un centro regional de las artes que podría ser ejemplo mundial aprovechando su nombre, infraestructura y trayectoria que ha sido muy buena. Pero insuficiente como podemos ver con ese ejemplo de Chile.
Darío y Chile
Para evocar el inmenso amor que logró cultivar nuestro Rubén en Chile y en los chilenos, les comparto esta joya:. En 1967 se celebró en Nicaragua la Semana del Centenario de Rubén Darío. A ella asistieron una veintena de intelectuales del mundo, especialistas en la vida y obra de Rubén Darío.
De ese congreso el Comité Organizador editó un libro edición limitada, denominado “El libro de Oro del Centenario” del cual tengo la dicha de tener el ejemplar número 0397 el cual consulto con frecuencia; y uso como libro de cabecera para instruirme sobre la grandeza de nuestro bardo.
Allí descubrí que Pablo Neruda fue invitado a estas festividades y en un principio aceptó venir. Sin embargo, luego le surgió un inconveniente y se disculpó por no venir. Para compensar su ausencia, escribió y envió un extraordinario poema que da cuenta de ese amor que Chile y los chilenos profesaban y profesan por Rubén Darío.
Dicho poema lo dividió en dos partes denominadas I Conversación Marítima y II La Gloria, poema que podemos encontrar completo en la Revista Iberoamericana, Vol. LXVIII, número 200, Julio-septiembre 2002, 611-613 R.D. Por Pablo Neruda, que pueden leer aquí.
Les comparto los primeros once versos (dos párrafos), del poema que consta de un total de 53 versos divididos así: 40 versos en 8 párrafos de la primera parte, y 13 versos en 4 párrafos de la segunda parte.
I. Conversación Marítima
Encontré a Rubén Darío en las calles de Valparaíso, esmirriado aduanero, singular ruiseñor que nacía era él una sombra en las grietas del puerto, en el humo marino, un delgado estudiante de invierno desprendido del fuego de su natalicio. Bajo el largo gabán tiritaba su largo esqueleto y llevaba bolsillos repletos de espejos y cisnes: había llegado a jugar con el hambre en las aguas de Chile, y en abandonadas bodegas o invencibles depósitos de mercaderías, a través de almacenes inmensos que solo custodian el frío el pobre poeta paseaba con su Nicaragua fragante, como si llevara en el pecho un limón de pezones azules o el recuerdo en redoma amarilla.
Nota: En el Libro del Centenario el primer verso lee "Encontré a Rubén…". En vez de poner su nombre y apellido como aparece en la revista, como una curiosidad para los puritanos de la poesía.
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