Para discutir el tema de la leche, es obligatorio entender primero que se considera leche única y exclusivamente “la secreción mamaria normal de animales lecheros obtenida mediante uno o más ordeños sin ningún tipo de adición o extracción, y que está destinada al consumo en forma de leche líquida o a elaboración ulterior”. Esta definición está contemplada en la Norma General del Codex para el uso de términos lecheros de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
Por otro lado, el Codex de la FAO considera los análogos lácteos como productos que cumplen con ciertos requisitos para simular las propiedades de la leche y sus derivados. Son considerados productos de imitación.
La leche y los productos análogos que se comercializan en Nicaragua tienen presentación, etiquetado y hasta envase similar. Por eso quizás has consumido este tipo de productos sin darte cuenta realmente que no estás bebiendo leche, sino una “mezcla de producto lácteo con grasa vegetal”, y de hecho ese es el nombre con que se identifican en su envase.
La forma más fácil de diferenciar estos productos en cuanto a apariencia es que únicamente el producto que es leche contiene esta palabra en su envase. Así sea entera, deslactosada, semidescremada, descremada o alguna otra variante del producto real.
Los productos análogos no pueden llevar esta palabra, porque son imitación de leche que combinan varios componentes e ingredientes para aproximarse al valor nutricional de esta.
Según la dietista Martha Justina González, máster en Nutrición Aplicada, “la ventaja de estos productos es principalmente económica para la industria alimentaria pero puesto que son producidos artificialmente pueden contener aditivos que no son saludables como aceite hidrogenado que aporta grasa trans, un tipo de grasa que es perjudicial para la salud porque predispone a elevaciones de colesterol, triglicéridos, hígado graso y enfermedades cardiovasculares entre otras”.
Muchos no tenemos la costumbre de leer los ingredientes de los productos de compramos en el súper o el mercado, sin embargo, si nos detenemos en las etiquetas de los envases a observar a base de qué están elaborados nos daremos cuenta de las diferencias, en este caso de la leche y la mezcla láctea.
Tal como se observa en la imagen, la leche es la base del producto que se comercializa como “leche entera”, destacan algunas vitaminas como la A y D, además de hierro y ácido fólico.
La mezcla de producto lácteo, tiene un amplio número de ingredientes porque entre todos ellos tratan de alcanzar los valores nutricionales del producto real, como es la leche entera.
González explica que el contenido de calcio en un vaso de leche de 8 onzas aporta el 30 por ciento de las necesidades de calcio de la niñez, adolescentes y adultos, así como de mujeres embarazadas y lactantes. Por su parte, el contenido de calcio en la mezcla láctea aporta alrededor de 16 por ciento de las necesidades diarias, además el cuerpo utiliza más eficientemente el calcio natural de la leche que el que se añade como fortificación en las mezclas lácteas.
“De igual forma el contenido de vitamina D es mayor en la leche de vaca. Esta vitamina es requerida en calidad y cantidad para utilizar adecuadamente el calcio contenido en la leche”, señala González.
Otra forma de notar las diferencias de ambos productos es la información nutricional de ambos. Si observás la siguiente imagen notarás que pese a la gran cantidad de ingredientes que tiene la mezcla láctea no logra en su totalidad igualar los valores de la leche entera en proteínas, contenido energético, calcio, entre otros.
González también aclara que el aporte proteínico de la leche es mayor y de mejor utilización biológica que el de la mezcla láctea. Además la especialista hace énfasis en que “el contenido de sodio más alto en la mezcla láctea puede aumentar el riesgo de hipertensión arterial en personas predispuestas a este padecimiento”.
“En cuanto a la grasa saturada aunque aparentemente tiene menor cantidad la mezcla láctea esto no es una ventaja para la salud puesto que la grasa añadida en la mezcla láctea es una grasa vegetal hidrogenada que aporta grasa trans la cual es considerada perjudicial para la salud. Las grasas trans son científicamente relacionadas con el riesgo de desarrollar enfermedades crónicas no transmisibles.
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González señala que la leche naturalmente tiene un tipo de carbohidrato (azúcar) que se conoce como lactosa, y un vaso de 8 onzas (250 ml) aporta 12 gramos de este tipo de carbohidrato. En cambio, la caja de mezcla láctea declara que contiene 75 por ciento de leche. “Si hacemos números el aporte de lactosa en esa mezcla láctea sería de 9 gramos y no 13.8”, señala la dietista.
“Esto nos lleva a pensar en la posibilidad de que la mezcla láctea tenga azúcar añadida entre sus ingredientes y quizás no ha sido declarada. Si este fuese el caso, tengo que mencionar que la sacarosa, conocida como azúcar de mesa, al igual que la grasa trans, está relacionada con riesgo de desarrollar enfermedades como obesidad, diabetes, elevación de triglicéridos, de ácido úrico e hígado graso entre otras”, arguye González.
Con estos tres simples pasos podés identificar qué tipo de producto estás consumiendo y si este será de beneficio o perjudicial para tu salud.
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