Algunas personas consideran innecesaria la adición de nutrientes a algunos alimentos de la dieta básica. Consideran que la naturaleza les proporciona todo lo necesario. Incluso dudan que la fortificación de los alimentos sea efectiva para contrarrestar deficiencias nutricionales, que provocan afectaciones graves de salud en amplios sectores de la población.
Sin embargo, en las últimas décadas esta técnica ha demostrado su efectividad, en muchas zonas del mundo. En Centroamérica los casos de éxito se registran principalmente con la sal, el azúcar y la harina. Por ser los primeros con los que se experimentó la fortificación. Y es precisamente el éxito logrado con ellos lo que ha impulsado a los especialistas a ampliar la lista de fortificados.
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En Nicaragua, el esfuerzo ahora está enfocado en el arroz. Se aprobó una norma técnica para adicionarle ácido fólico, hierro, zinc y otros micronutrientes. Con ello se pretende reducir la anemia, que según la Organización Mundial de la Salud es un problema de salud pública en varios países de América Latina y el Caribe, incluida Nicaragua. Además, esta enfermedad afecta al 25 por ciento de la población mundial. También se busca compensar las afectaciones al sistema inmunológico que provoca la carencia de zinc. Es por ello que el Programa Mundial de Alimentos (PMA) impulsa el programa de fortificación del arroz en toda la región.
Los resultados de la ingesta de arroz fortificado en la reducción de la anemia no serán inmediatos. Sin embargo, hay confianza en que en la región, serán tangibles en los próximos años. Tal como ya ocurre en algunos países de Asia y otras regiones del mundo, incluido nuestro vecino Costa Rica, donde lo fortifican desde hace varios años.
Con el arroz, la región podría tener resultados similares a lo que obtuvo con los primeros alimentos que se fortificaron en la región. Con el tiempo la lista ha ido creciendo y en el caso de la sal, el azúcar y la harina, se ha vuelto obligatorio someterlos al proceso. Eso sigue garantizado que los resultados se mantengan.
Por ejemplo, en los primeros años de la década de los 50 del siglo pasado, el Instituto de Nutrición de Centro América y Panamá (Incap) identificó que en la región la deficiencia de yodo era un problema de salud pública. Dependiendo de su gravedad, esta provoca bajo rendimiento escolar, baja productividad, retardo físico y mental, sordomudez, deformaciones físicas, mortalidad fetal y aborto.
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En niños mayores y adultos, la deficiencia de yodo se reconoce por el incremento de tamaño de la glándula tiroides. A esta afección se le conoce con el nombre de bocio o güegüecho. Para contrarrestar esto, el Incap promovió la fortificación de la sal en Guatemala, que era el país más afectado. Los efectos fueron inmediatos, en 1967 la prevalencia del bocio se había reducido al 5 por ciento, es decir, que el problema había sido controlado.
Actualmente la fortificación de la sal con yodo es una práctica de aplicación universal y permanente, ya que según el Incap, casi todas las dietas humanas carecen de este nutriente esencial. Además, tanto la sal de mina como la marina carecen de yodo, por lo que la única fuente de consumo de yodo es la sal fortificada.
Algo similar ocurrió con el azúcar. Según el Incap, en la década del 50 y 60, la deficiencia de vitamina A era común en la población centroamericana. Esta provoca retraso en el crecimiento y desarrollo de la niñez y reduce la capacidad del sistema inmunológico. También afecta la capacidad visual de tal manera que puede transformarse en ceguera permanente.
Las fuentes de vitamina A son entre otras, el hígado, yema de huevo, leche y otros derivados lácteos, papaya, aceite de pescado, zanahoria, mango y hojas verdes. Teniendo en cuenta que por razones económicas no toda la población tiene acceso a ellas. En 1969 se optó por fortificar el azúcar con vitamina A.
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Se eligió el azúcar porque, según el Incap, es un alimento al que toda la población tiene acceso. También porque su adición no provoca ningún cambio en las características del producto. Además, el costo de la fortificación del azúcar es relativamente bajo.
En 1975 Guatemala se convirtió en el primer país del mundo en fortificar el azúcar. Seis mese después, estudios demostraron que los niveles de la vitamina se habían elevado. En 1977 la prevalencia de esta deficiencia se había reducido a 9 por ciento. Además, se redujo la ceguera infantil.
Tras sufrir una interrupción, el programa se retomó a mediados de la década de los 80. En ese momento se reconoció que además de evitar problemas visuales, también contribuía a la sobrevivencia infantil, ya que ayuda a contrarrestar las infecciones. Actualmente, Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica mantienen programas de fortificación del azúcar. La experiencia se ha replicado en países de África donde también existen pruebas de su eficacia.
Más recientemente el Incap apoyo la armonización a nivel centroamericano de la reglamentación para la fortificación de la harina de trigo. A esta se le adiciona hierro, ácido fólico y otras vitaminas del complejo B.
Esta adición de nutrientes se realiza desde hace varias décadas. Se consume principalmente en forma de pan y se ha convertido en una buena fuente de hierro, tiamina, riboflavina, niacina y ácido fólico.
Según el Incap el programa ha logrado la “estabilización de los niveles de hierro y vitaminas”, en la población de El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua.
Actualmente el Instituto de Nutrición de Centro America y Panamá (Incap) sigue impulsando el desarrollo de nuevos programas de fortificación de alimentos, para hacer frente a los problemas de salud pública en los países de la región. Pero en el caso del arroz, es el Programa Mundial de Alimentos (PMA) el que ejecuta el proyecto en América Latina. La lucha sigue siendo contra la anemia y se esperan buenos resultados. Incluso, similares a los de Costa Rica donde, por su baja prevalencia (4 por ciento), la anemia en niños ha dejado de ser un problema de salud pública. Costa Rica fortifica el arroz desde hace dos décadas.
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