El único momento en que el reo político Ariel Rojas pidió clemencia en El Chipote fue cuando la arrancaron la primera uña con una tenaza. Cuando le arrancaron la segunda y la tercera ya le dio lo mismo...
"Pusieron mi mano sobre la mesa, luego me colocaron la rodilla encima de la mano y con una tenaza me jalaron la uña", narra Rojas en su casa del barrio Georgino Andrade un día después de salir de la cárcel.
"La uña se despegó con pedazos de piel y carne colgando", continúa.
Rojas fue capturado el 11 de julio de 2018 cuando regresaba de una marcha contra el gobierno. Lo acusaron de terrorismo y 10 delitos más. Fue condenado a 18 años de cárcel.
El 15 de marzo de 2019 salió en “libertad condicional” como parte de un “gesto de buena voluntad” de la dictadura de Daniel Ortega para seguir en un diálogo nacional .
En las celdas de El Chipote, denunciadas como cárcel de tortura por diversas organizaciones de derechos humanos, Rojas sufrió los más terribles dolores por 10 días, antes de ser trasladado al Sistema Penitenciario.
"Yo sentía cuando la uña y el pellejo se iban desprendiendo de la carne y la sangre brotaba, es un dolor que no se lo deseo a nadie, ni a mi peor enemigo", dice Rojas con sus ojos llorosos al recordar aquel calvario.
—¿Quién te paga por andar protestando contra el gobierno? —insistían sus torturadores.
—Nadie, yo voy por mi propia cuenta. —respondía Rojas a sus verdugos en medio de gritos y llanto.
—¿Te financia el MRS? —le preguntaba a gritos un oficial con cara de pocos amigos— habla hijueputa que si no te arranco otra uña —le advertía.
"¿Qué iba hablar yo, si no conozco a nadie del MRS (Movimiento Renovador Sandinista, el partido compuesto por disidentes del FSLN)”, dice Rojas sentado en una piedra frente a su casa.
Ariel Rojas tiene 36 años. Hasta abril de 2018, cuando estallaron las protestas contra el gobierno de Daniel Ortega, trabajaba en la Empresa Nicaragüense de Transmisión Eléctrica (Enatrel) instalando postes para electrificación.
“Cuando estallaron las protestas me mandaron extrañamente 2 meses de vacaciones”, cuenta.
Estar en su casa, a pocas cuadras de la Universidad Politécnica (Upoli), le sirvió para ver todo de cerca e involucrarse en las protestas contra el gobierno días después que esta casa de estudios superiores fue tomada.
Aprovechó sus conocimientos en primeros auxilios que obtuvo como bombero voluntario y se dedicó a andar de barricada en barricada con un puesto médico ambulante curando a los heridos.
A finales de abril la Upoli era el símbolo de la resistencia ciudadana. Los estudiantes se tomaron la universidad luego de que el 20 de abril fueran expulsados de la Universidad Nacional de Ingeniería y de la Catedral Metropolitana por la Policía y fuerzas de choque del gobierno.
Pobladores de los barrios que rodean está el alma mater se rebelaron y organizaron para proteger a los estudiantes.
“Abrí el primer puesto médico en la Upoli”, dice orgulloso Rojas. “Ahí atendíamos a los heridos, ya teníamos médicos que se habían sumado a las protestas”.
Para no arriesgar a sus cuatro hijos y a su esposa se fue de su casa y se instaló en la universidad a convivir con estudiantes. Todo aquello cambió su vida y la de su familia.
El día que lo capturaron en la pista del Mercado Carlos Roberto Huembes, Rojas andaba puesta una camiseta con el grito de protesta que los autoconvocados tomaron prestado a Leonel Rugama: “Que se rinda tu madre” y una bandera Azul y Blanco en una mochila.
Había participado en la marcha “Juntos Somos un Volcán” y viajaba en la tina de una camioneta doble cabina que le había dado raid.
“Estábamos en el tráfico de la pista del Huembes cuando la policía se acercó disparando, yo me tiré al piso de la camioneta, me capturaron, me golpearon, me quebraron los dientes y la nariz, y me hicieron una herida en la ceja”, dice Rojas.
En las celdas de El Chipote, los uniformados le abrían más la herida y estando tirado en el piso le restregaban las bota sobre su ojo derecho para que sangrara más.
Cuando le arrancaron las tres uñas era de madrugada...
Cuando comenzaron arrancarle la segunda uña, ya Rojas había comprendido que no valdría de nada pedir clemencia. “Solo me resistí al dolor”, rememora.
"Cerré los ojos y sentí de nuevo como se despegaba la uña y 'te voy arrancar la otra' me decía el Policía", narra ahora excarcelado.
Y así fue. Sin sus tres uñas sentía que los dedos le pesaban como un mazo de hierro. Así, sin curarlo, sin darle nada para el dolor, lo mandaron a una celda pequeña que compartía con otros 6 reos políticos.
“Había papel higiénico y me enrolle papel en los dedos para dejar de sangrar. El papel se empapó de mi sangre y poco a poco dejé de sangrar”, comenta.
Ahora frente a su casa, con sus cuatro hijos al lado, Ariel Rojas espera sentado los resultados de las negociaciones entre Alianza Cívica y Gobierno.
A Rojas lo embarga el mismo sentimiento que a la mayoría de los 160 reos políticos que tienen casa por cárcel por decisión del gobierno: “No me siento libre”.
“En cualquier momento pueden venir a traerme para meterme preso”, señala algo que ya ha sucedido en al menos dos casos.
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