Los esfuerzos mundiales por reducir las deficiencias de micronutrientes o hambre oculta como se llama técnicamente, han promovido diversos esfuerzos para compensar las deficiencias de micronutrientes; y así evitar, los graves daños que provocan en el crecimiento y desarrollo --físico y mental-- de las personas. Se eligió a los alimentos como vehículo idóneo para suplirlos.
Pero los patrones alimenticios y culturales de la población despiertan rechazo hacia lo nuevo y este se convierte en el principal obstáculo para llevar estos productos a consumidores y productores. Este inconveniente debe superarse con mucha información.
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Es por esta resistencia a la nuevo, que en las últimas décadas se han perfeccionados técnicas para añadirles vitaminas y minerales a los alimentos de la dieta básicas. En América Latina los seleccionados han sido, entre otros, el arroz, frijol, maíz, yuca, camote, harina, azúcar y sal. Y las técnicas que se utilizan son las biofortificacion y la fortificación.
La ventaja de la biofortificación, según HarvestPlus es que adiciona los nutrientes a la semilla, es decir antes de producir el alimento. Por tanto el producto que llega al consumidor no tiene que pasar por ningún proceso que despierte su desconfianza o rechazo. Algo opuesto ocurre con la fortificación, que adiciona nutrientes a los alimentos ya producidos. Y que a pesar de producir cambios tan leves que apenas se perciben, en la mayoría de los casos por falta de información, despiertan desconfianza.
Sin embargo, los especialistas explican que no se puede depender únicamente de la biofortificación. Especialmente porque los productores son tan reacios como los consumidores para adoptar nuevos productos, en este caso semillas para sus cultivos. Y también porque la obtención, liberación y luego reproducción de las variedades toma demasiado tiempo.
“Aspirar que el 100 por ciento del área que se siembra de arroz o de otro cultivo en Nicaragua o en otros países sea solo con variedades biofortificadas no es posible. Porque sabemos que los productores utilizan diferentes variedades, tienen una diversidad bastante grande. Entonces en ningún momento buscamos que reemplace a la fortificación. Solo puede verse como una estrategia complementaria”.
Byron Reyes, científico del Centro Internacional de Agricultura Tropical (CIAT) en HarvestPlus
El proceso de la biofortificación además de tomar mucho tiempo en materializar el producto, requiere de muchas condiciones. Entre ellas, mejoradores capaces de producir variedades más nutritivas utilizando el método convencional de fitomejoramiento. Pero también un sistema de semillas, otro de difusión y otro de asistencia técnica para promover a gran escala las nuevas variedades.
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La bioforificación llega primero a los productores, aunque ellos también son consumidores. Por ser variedades nuevas ellos las prueban en parcelas pequeñas y generalmente destinan la producción al autoconsumo. Solo cuando hay excedente este llega a los mercados de zonas urbanas o periurbanas y de ahí a pequeñas poblaciones.
En cambio la fortificación llega primero a las zonas urbanas, ya que son alimentos que abastece la industria en los mercados. Mientras que a las zonas rurales y más alejadas generalmente no llegan estos productos. Pero si llegan los biofortificados y los productores las usan en sus cultivos para producir los alimentos que consumen. Entonces son estrategias que se complementan.
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Pese a los obstáculos y a la resistencia a lo nuevo, de productores y consumidores, en las últimas décadas el uso de variedades biofortificadas se ha incrementado. En Nicaragua desde 2016 se usan variedades biofortificadas de arroz, frijol, maíz, yuca y camote o batata. Estas se han obtenido a través del programa de biofortificación de alimentos promovido en América Latina desde la sede de HarvestPlus en Colombia.
Pero su uso sigue siendo limitado. Como lo es también la fortificación del arroz, que pese a estar ordenada por ley desde el 2015, mediante la Norma Técnica Obligatoria Nicaraguense (NTON 03 091 11) aún no se cumple a cabalidad. Esta norma establece que todo el arroz que se consuma en el país sea fortificado con una mezcla de ácido fólico, hierro y otros micronutrientes (óxido de zinc).
Sin embargo, Reyes explica que en muchos casos por falta de información ambos productos son rechazados tanto por productores como por consumidores. Por tanto, es fundamental que se divulgue más información sobre los procesos por los que pasan y los beneficios que provoca su ingesta.
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El especialista considera que se debe educar a ciertos sectores de la población. Ya que creen que tanto los alimentos fortificados e incluso los biofortificados, son materiales transgénicos, cuando en realidad no lo son. Entonces se debe divulgar mucha información sobre los mecanismos que se utilizan para llegar a estos productos y especialmente sobre los beneficios que su consumo ofrece a la salud.
“Lastimosamente todo es provocado por la desinformación. En estos tiempos hay un montón de noticias falsas que circulan especialmente en las redes sociales y se divulgan rápidamente sin que nadie las verifique. Aunque eso también depende de la educación y de la capacidad de las personas para poder discernir cuando no hay información sobre el tema”,
Byron Reyes, científico del Centro Internacional de Agricultura Tropical (CIAT) en HarvestPlus
Según el científico del Centro Internacional de Agricultura Tropical (CIAT) en HarvestPlus, Byron Reyes, la divulgación sobre los procesos utilizados para biofortificar y fortificar los alimentos y sobre todo de los beneficios que otorga su consumo es una tarea compleja. Por tanto, en ella deben participar todos los integrantes de los eslabones de la cadena de los productos. Esto incluye a los involucrados en la producción, procesamiento y comercialización de estos productos. Además, estas campañas de información deben ir complementadas con la información nutricional que establezcan las normas de etiquetado de los alimentos empacados, en cada uno de los países.
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