Según el Índice global de brechas de género, del Foro Económico Mundial, ser mujer en Nicaragua es casi una bendición: está muy cerca de la cúspide de la igualdad de género, codeándose con países nórdicos que tradicionalmente han sido ejemplo en esta materia.
Pero, aterrizando sobre los datos oficiales y análisis privados, asoma otra realidad sobre la brecha de género en Nicaragua: aquí las mujeres son más propensas a tener un empleo informal que los hombres, pese a tener mayor nivel educativo; enfrentan dificultades para incorporarse al mercado laboral por atender labores domésticas, y los negocios en manos de mujeres tienden a ser más informales y llevan sus cuentas de manera más deficiente, socavando su potencial de crecimiento.
Y toda esta realidad ocurre mientras Nicaragua atraviesa un bono de género, que no es más que el fuerte incremento de la participación laboral de las mujeres –superando a la de los hombres– y que debería representar un beneficio económico para el país.
“Sin embargo, pese a la creciente incorporación de las mujeres a la actividad económica, su tasa de participación laboral (67.8%) todavía está por debajo de la de los hombres (88.2%), de manera que todavía existe un amplio margen para que esta se incremente. Esto significa que, en perspectiva, es el bono de género el que tiene mayor capacidad de aportar al crecimiento del Producto Interno Bruto per-cápita”.
Adolfo Acevedo, economista.
Los anuarios del Instituto Nicaragüense de Seguridad Social (INSS) reflejan que, si bien cada año ha venido aumentando el número de mujeres en edad de trabajar en busca de un empleo, este incremento no se traduce a empleo formal. Por el contrario, la proporción de mujeres con empleo formal se ha reducido.
El anuario 2006 del Instituto Nicaragüense de Seguridad Social (INSS) muestra que de los 439,002 afiliados que había ese año, el 50.66% eran mujeres. En cambio, el anuario 2018 indica que hasta diciembre pasado sólo le 43.60% de los asegurados era población femenina.
La Fundación Nicaragüense para el Desarrollo Económico y Social (FUNIDES), analizó las estadísticas oficiales de empleo de las últimas cuatro ediciones de la Encuesta de Medición de Nivel de Vida (EMNV): las de 2001, 2005, 2009 y 2014 para el estudio titulado “Efectos de la maternidad en la inserción laboral de las mujeres” y dicha revisión dejó entrever que hay una evidente brecha de ocupación entre hombres y mujeres y eso no ha mejorado en los últimos años.
Mientras en 2001 el 41.6 por ciento de las mujeres en edad de trabajar estaban empleadas, en 2014 la cifra apenas subió a 47.2 por ciento, a pesar del bono demográfico y el de género. Según las estadísticas, más de la mitad de las mujeres aptas para trabajar no lo hacen, pero el 81.9% de los hombres en iguales condiciones, sí está empleados.
Según el análisis de Funides, las mujeres que se convierten en madres durante la adolescencia son las que tienen una posición más desfavorable en el mercado laboral.
Prueba de ello es que hasta 2012 el 75.6% del empleo de las mujeres era informal, mientras que en los hombres era el 65.5%, reflejan las Encuestas Continuas de Hogares que analiza el economista Acevedo.
En gran parte tiene que ver con que las mujeres siguen cargando con la responsabilidad de las labores domésticas, de crianza y de cuido de las personas mayores, lo que reduce la posibilidad de que trabajen, y si lo hacen, se refugian en el empleo por cuenta propia en el mercado informal, lo que les proporciona cierta flexibilidad de tiempo para sobrellevar ambas tareas. Esto se refleja también en las emprendedoras, quienes a causa de estas tareas dedican menos tiempo para atender asuntos prioritarios de sus empresas.
En Nicaragua el 28.4 por ciento de las empresas pertenecen exclusivamente a mujeres, cifra que se eleva hasta el 30.5 por ciento en el caso de los micro-negocios (de 1 a 5 trabajadores), según datos de la Encuesta de Empresas Sostenibles Nicaragua 2015, a medida que las empresas son más grandes, la participación de mujeres dueñas se reduce, hasta llegar a 0.9% en el caso de las empresas grandes (con más de 100 trabajadores).
Este rezago de las mujeres en el mundo de los negocios, al igual que les ocurre a las asalariadas, tiene una estrecha relación con los roles socialmente impuestos:
Pese a que las mujeres mostraron tener mayor nivel educativo que los hombres (un porcentaje más elevado de mujeres tiene estudios universitarios en relación a los hombres, 54.3 por ciento versus 47.8 por ciento), ellas están menos informadas sobre el pago de impuestos, son más propensas a no llevar registro de las cuentas de su negocio y son quienes menos hacen uso de software para ello. Y, por si fuera poco: tienen menores probabilidades de conservar incentivos fiscales, en el caso que hayan accedido a ellos, según han dejado en evidencia distintos estudios realizados por Funides.
¿Por qué? Porque paralelo al manejo del negocio, la mujer (aun siendo la propietaria) es sobre quien recaen las actividades domésticas.
“Las mujeres que logran dedicarle tiempo a sus emprendimientos para que crezcan lo hacen porque tienen apoyo de sus familiares, especialmente sus parejas. Probablemente más mujeres no participan de la vida económica del país porque no tienen quien les cuide a sus hijos o no tienen quien las apoye en la casa. Debemos mejorar la participación de las mujeres en los distintos espacios principalmente la fuerza laboral”.
Hilaria Salinas, líder gremial del sector construcción y expresidenta de la Red de Empresarias de Nicaragua (REN).
Adolfo Acevedo pone como ejemplo de solución a estos problemas, las prácticas de países de mayor equidad y de género, como Suecia, que:
Lo curioso es que Suecia aparece en el puesto 3 del ranking de 149 países del Foro Económico Mundial, superando por muy poco a Nicaragua –según el estudio–. Suecia ha cerrado en 82.2% de su brecha general de género, mientras que supuestamente Nicaragua lo ha hecho en 80.9%.
Asimismo señala la necesidad de combatir las desigualdades en términos de remuneración y la discriminación y el abuso que padecen las mujeres en el mercado laboral, lo que también incentivaría su participación económica, y haría ganar a las mujeres mayor libertad y autonomía, “en el sentido de que crearía la base económica para proporcionarles una mayor capacidad de decisión sobre sus vidas”.
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