Como sucede con casi todos los ritmos de América Latina, el origen del bolero es incierto, muchas veces disputado por varios países, pero siempre presente a lo largo de nuestra borrascosa historia.
A pesar de que muchos pretenden la gloria de ser su cuna, hasta hace unas semanas nadie había buscado elevarlo a la categoría de patrimonio cultural de nuestro continente y de la humanidad.
Este panorama cambia con la radicación de un proyecto de ley ante el legislativo de Puerto Rico para dar un justo reconocimiento al gran aporte cultural que el bolero y la música de tríos han hecho a la nación boricua.
Definitivamente, no existe en nuestro acervo cultural otro género musical que refleje tan profundamente nuestra forma de ser, de vivir, de sentir y de expresar nuestras emociones y pasiones como lo hace el bolero.
Su suave cadencia musical y su particular lírica, que canta tanto a los amores conseguidos, como a los amores contrariados, a la mujer, a la pasión y al sentimiento de nostalgia y asombro ante las vicisitudes de la existencia, acompañó las querencias de nuestros padres, abuelos y tatarabuelos, quienes se enamoraron, sufrieron y gozaron bajo “el influjo próvido de espirituales lluvias” como dejó dicho en su poema el colombiano Porfirio Barba Jacob.
Hasta el día de hoy los historiadores musicales no se ponen de acuerdo donde surgió o de donde proviene el bolero. Algunos lo ubican en Cuba, entre ellos el genial Alejo Carpentier, otros dicen que proviene de ancestrales ritmos gitanos andaluces, otros más lo sitúan como un producto cultural del sincretismo que se produjo en el gran Caribe en época tan remota como la colonia española.
Obviando su génesis, el bolero se ha campeado durante casi dos siglos por la cuenca del mar Caribe donde alcanzó su universal nivel de difusión y aceptación, fundiéndose indisolublemente con el patrimonio cultural colectivo de toda América Latina, incluyendo a Brasil.
Muchos autores dan por sentado que el primer bolero que se compuso fue "Tristezas" escrita por ‘Pepe’ Sánchez, en 1886, en Cuba. Desde entonces el bolero se escucha en disimiles ambientes, desde la cantina de barrio hasta las más elegantes salas de conciertos, con variadísima instrumentación que bien puede ser un trio de cuerdas o una potente orquesta sinfónica.
Sus letras cargadas de emociones y sentimientos, su particular melodía, la pluralidad de ritmos en que se ha interpretado, que abarcan desde el bolero ranchero hasta el bolero salsa, lo hizo particularmente apto para distintos grupos sociales, lo que unido a la enorme difusión lograda gracias a la radio, el cine y el long play o disco de larga duración, le permitió conquistar desde poco antes de la segunda mitad del siglo pasado a multitudinarias audiencias.
El bolero transitaría por distintos períodos, el primero fue la época de los inolvidables tríos de guitarra, luego vendrían las grandes orquestas tropicales, después las orquestas al estilo ‘big band’ y, por último, verdaderas orquestas sinfónicas darían forma al acompañamiento musical del bolero que hasta inicios de los setenta dominó el espectro musical latinoamericano.
Cuba y México fueron los más importantes centros creativos, tanto de compositores, como de intérpretes. Se destacaron también Puerto Rico, Venezuela, Colombia, República Dominicana, Ecuador, Bolivia, Chile, Argentina y hasta Brasil y España.
No obstante, la época de oro del bolero está ligada al surgimiento de las grandes orquestas como la Sonora Matancera, con las potentes voces de Celia Cruz, Daniel Santos, Nelson Pinedo, Carlos Argentino Torres, Bienvenido Granda y muchos otros; la Sonora Ponceña con su pléyade de cantantes y músicos; la consolidación de espectaculares cantantes como Agustín Lara, Juan Arvizu, Tito Rodríguez, Toña la Negra, Pedro Vargas y varias decenas más.
Es durante esta época, con claro predominio musical cubano y mexicano, que el bolero se difundió con velocidad y propiedad por todos los países de la cuenca del Caribe quienes lo asumieron como propio enriqueciéndolo y fusionándolo con otros géneros musicales.
De estas fusiones nacerían importantes subgéneros como el bolero rítmico, bolero chachachá, bolero mambo, bachata (bolero dominicano), bolero ranchero (mezcla bolero y mariachi mexicano), bolero moruno (bolero con mezclas gitanas e hispánicas), bolero salsa, bolero pop, bolero rock, y bolero jazz.
A partir de los años 70, debido al auge de la televisión comercial en nuestros países, el bolero fue relegado a un segundo plano musical por el furor de los ritmos del rock y pop americano que inundaron la programación radial y televisiva y ganaron la simpatía de los jóvenes.
En el recambio del siglo XX al XXI, hubo un revival del bolero gracias a artistas como Alejandro Fernández, Gloria Estefan, Sin Bandera, destacando particularmente la interpretación y las voces de Luis Miguel, Rocío Dúrcal, Mijares y Charlie Zaa.
Hacia el 2010 el bolero recobra un segundo aire en México de la mano de Natalia Lafourcade, Lila Downs, Mon Laferte y La Santa Cecilia; en Chile con Rulo, Bloque Depresivo, Demian Rodríguez, Flor del Recuerdo, Carlos Cabezas Rocuant y en Colombia, con el grupo Monsieur Periné.
No tengo duda, que el bolero tiene aún mucho que aportar, corazones que alegrar, romances que enderezar y serenatas que propiciar en nuestras tierras al sur del río Bravo. Mientras escribo estas notas, Daniel Santos llena el espacio con una de las más bellas melodías del género: Virgen de Medianoche… disfrútenla.
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