Hoy vivimos la era de la pos verdad, en la que muchas voces se escuchan y proliferan a través de las redes. Noticias falsas y verdaderas se multiplican y nos abruman hasta el cansancio.
Mi generación utilizó la regla de cálculo como herramienta común y vio llegar las calculadoras de bolsillo. En la escuela de ingeniería programamos en FORTRAN ejercicios que hoy serían tarea aburrida para un niño de seis años. Conocimos el télex, vimos llegar (e irse) el fax. Probamos las primeras computadoras personales que no tenían disco duro, sino que había que cargar y archivar resultados en “floppy” de 5 pulgadas.
Aunque parezca chiste, afortunadamente nos graduamos de mecanografía, y hoy es útil porque usamos diez dedos y escribimos sin ver el teclado.
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Como avances tecnológicos vimos llegar los correos electrónicos, la transferencia de datos a través de red telefónica, los inalámbricos, CD, cámaras digitales y digitalización de imágenes, música y documentos. Los beepers, los primeros celulares, el gran avance de los blackberry que podían enviar mensajes de texto. También la revolución de los smartphones, las conexiones bluetooth y wifi, las primeras redes sociales MySpace, Hi5, Linkedin, hasta los revolucionarios Facebook, Tweeter, Instagram, Whatsapp, Telegram. Y las que aún hoy están en gestación y prueba para posicionarse.
Estos cambios tecnológicos y su impacto en los nuevos estilos de vida, han sido discutidos ampliamente: comunicación interpersonal, generación de noticias, interacción con grandes audiencias y proliferación de mensajes. Al principio era una maravilla pensar que te podías comunicar directamente con tu cantante favorito, con el autor de tu preferencia o con los “influencers”.
Esos magos modernos de la comunicación digital que logran millones de seguidores por postear desde anécdotas personales inocuas, hasta confesiones de sus relaciones, gustos y preferencias sexuales, o desnudos atrevidos, para vender su “capacidad de influencia” a los dueños de las marcas. Otros influenciadores mucho más serios(as) postean sobre una especialidad, educan a sus seguidores en temas culturales, económicos, políticos, salud, ejercicio y deporte, y relaciones humanas.
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En esencia, las redes sociales han permitido que cualquier persona pueda seguir a cualquiera, y que exprese su opinión, por más disparatada que parezca. Eso es la libertad de expresión en su máximo nivel, que, por ilimitada, tiene sus problemas.
Algunas personas expresan su opinión (me incluyo) con el objeto de abonar a los valores de la sociedad, comentar aciertos y desaciertos de acontecimientos que son de conocimiento público precisamente por las mismas redes, expresar crítica constructiva sobre el actuar de alguna figura pública o funcionario, aportar ideas y generar sano debate sobre problemas sociales, políticos, humanitarios, religiosos y espirituales, del medio ambiente, científicos, entretenimiento, en fin, tan amplio como podemos imaginar.
Pero otras personas aprovechan la libertad de las redes para criticar destructivamente, inventar noticias falsas o publicar tonterías sin ningún filtro. Sin pensar que pueden ofender a alguien, o simplemente para cumplir con una tarea destructiva dirigida por mentes malévolas que se escudan en el anonimato para destruir. Este libertinaje produce daño a la sociedad.
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El debate está planteado. La sociedad está analizando este fenómeno, y poco a poco va encontrando soluciones, y ojalá, ignorando a los que gestionan su agenda destructiva. En el encierro de esta cuarentena, nos hemos refugiado en las redes para mantener vivo el contacto con el mundo exterior, ansiosos por sentir la libertad del aire y del espacio que no tenemos en nuestras cuatro paredes.
Me siento prisionero entre redes y paredes. Porque la que empezó como una crisis social y política, agravada por la sanitaria, se ha convertido en una crisis económica que, por el manejo irracional e irresponsable de los gobernantes, hace aumentar la incertidumbre. Alimentando el odio, las mentiras y la desesperanza.
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Afortunadamente hemos aprendido a filtrar las malas vibras que nos quieren imponer. En esta era de redes, la mayoría hemos asumido el rol de protegernos, encerrándonos en nuestras cuatro paredes y ayudando a los que no lo pueden hacer. Seguimos siendo testigos de la negación del régimen a tomar medidas de mitigación, ocultando la muerte de sus allegados y asediando los sepelios de figuras muy queridas de la oposición, por el simple hecho de ser oposición.
Por mucho que lo quieran evitar, la pandemia los está derrotando campantemente. Y las redes sociales, igual que durante la Rebelión de Abril del 2018, desentrañan la mentira y el odio, y documentan con miles de imágenes, audios y videos, la heroica resistencia de sus ciudadanos. Benditas redes sociales que, puestas al servicio de la verdad, impiden que triunfe la mentira.
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