Este 20 de enero Joe Biden inició su mandato como presidente de Estados Unidos, el país en el que usted, don Rafael, vivió la mayor parte de sus 87 años. La noche anterior, Biden, su vicepresidenta Kamala Harris y sus respectivos esposos se reunieron en Washington para un homenaje especial. Ahí, alrededor del icónico y largo estanque reflectante ubicado a los pies del Monumento a Lincoln, había cuatrocientos pilares de luz. Cada pilar simbolizaba mil muertos por la pandemia de la Covid-19 en Estados Unidos. Una de esas luces brillaba en memoria suya.
El sábado 16 de enero usted don Rafael, se convirtió en una víctima más del virus en California, el primer estado de la Unión Americana en reportar tres millones de casos. En casa de mis padres supimos de su fallecimiento por una llamada de Whatsapp. Y fue entonces cuando la tristeza se mezcló con la impotencia. Sentí como si hubiera perdido a un abuelo postizo al que jamás conocí en persona, pero al que me unía un gran cariño. Rememoré las anécdotas que mi madre me ha contado sobre usted. Sus chistes, sus poemas para su esposa, su amor por la vida.
La pandemia nos ha quitado hasta la posibilidad de una muerte digna, íntima. Nos ha impedido despedirnos de parientes o amigos que entran caminando al hospital o son trasladados en ambulancia y a quienes nunca volvemos a ver. En medio de nuestro dolor, nos sentimos agradecidos porque a usted no le pasó eso. Usted murió en su casa. Atendido por quien ahora es su viuda, por su hija médico y por profesionales del sistema sanitario que hacen de tripas corazón en “El Estado Dorado”.
Durante su intervención frente al estanque el presidente Biden dijo que “la única manera de sanar es recordando”. Y recordarlo a usted es una manera de darle rostro a cifras crudas y duras: los millones de casos, los miles de muertos. Un conteo que no se detiene. Sin embargo, usted no es un número más. Usted era único. Usted era uno en un millón. Y sé que cada familia que experimenta este duelo en cualquier rincón del mundo puede decir lo mismo acerca de su persona amada.
Don Rafael, créame que por cada “entierro exprés” que se realiza en Nicaragua y cada muerte inesperada como la suya, habrá cientos de momentos y detalles para atesorar. Como su eterno romance con su adorada Olguita, su compañera por más de 55 años, su cercanía y afabilidad con sus hijos y nietos, su larga lista de amigos con quienes se comunicaba por correo electrónico, su fascinación por los libros y por la música clásica. No dejaremos que este maldito virus nos arranque la humanidad. No cuando cada día se lleva a seres humanos que amamos tanto.
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