Kendra Contreras, conocida como Lala, fue asesinada de forma atroz por ser mujer. Porque supuestamente dos hombres, Bernardo Aristídes Pastrana Ochoa y Jorge Luis Mondragón Acosta (acusados y a espera de juicio) decidieron que ella, una joven transgénero de 22 años de edad, no merecía vivir. Así que la amarraron a un caballo, la arrastraron 400 metros y la lapidaron hasta matarla. Cada vez que una mujer como Lala sale a la calle, se arriesga a correr con igual o peor suerte.
Lala siempre fue una mujer. Su familia y amistades la comprendieron, la acuerparon y apoyaron. La llamaban Lala y siguen hablando de ella con cariño y orgullo. Pero fuera de esa burbuja de amor, en su pueblo Somotillo, Chinandega y en su país Nicaragua, hacia ella solo hubo burlas, discriminación, morbo y violencia. Porque como dijo el poeta español Antonio Machado: “es propio de hombres de cabezas medianas embestir contra todo aquello que no les cabe en la cabeza”.
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Como sociedad tenemos una enorme deuda con la comunidad LGBTIQ y mientras no la saldemos, no existirá la “nueva Nicaragua” de la que tanto se habla.
Lala era un ser humano con sueños, una chavala esforzada, con anhelos de superación, una persona que solo quería que su identidad fuera respetada. Pero su cuerpo, con su rostro y cabeza desbaratados, terminó abandonado en un predio baldío. ¿Qué más se necesita para que esto sea catalogado como un crimen de odio y para que sus asesinos cumplan cadena perpetua?
El domingo 21 de marzo el titular principal de la portada del diario La Prensa decía “Brutal asesinato de joven transgénero”. En el interior, la nota hablaba sobre Lala refiriéndose a ella en femenino. El periódico más antiguo e importante del país, tradicionalmente orientado al catolicismo y el conservadurismo, daba así una muestra de respeto. Y un paso hacia el futuro.
“Lo primero es tener claro que los tiempos cambian. Es cierto que el periódico se ha caracterizado por tener una posición conservadora en algunos temas, pero el respeto a los derechos humanos de todas las personas no debe verse relegado a las subjetividades. Con el caso específico del crimen de Lala, lo que primó es lo que debería primar en todos estos casos: el respeto básico a la vida de cada persona y a su identidad”, las palabras son de Yubelka Mendoza González, editora digital de La Prensa.
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Desde ese domingo, La Prensa ha seguido publicando trabajos relacionados al tema de Lala y a la situación de las personas trans en Nicaragua. La periodista Amalia del Cid conversó con activistas feministas y LGBTIQ que dijeron en alto un secreto a voces: nuestro país es profundamente prejuicioso, intolerante y machista. Y sus rasgos misóginos están ahí. Los femicidios cada vez más atroces y el grotesco asesinato de Lala son una clara muestra.
Karen Díaz López ha sido la otra periodista encargada de esta cobertura. Ella no solo habló con otras mujeres trans, sino que hizo lo que todo periodista debe hacer: ir, ver y contar. Ir hasta Somotillo, el lugar donde Lala nació y murió, hablar con su familia y sus amistades y contarlo.
Así supimos que Lala era conversadora y alegre, que deseaba ser estilista profesional y que su madre, Virginia, dejó de regañarla a los 14 años por usar ropa femenina por la razón más simple y hermosa: “Era feliz con vestido, zapatos y accesorios de mujer”.
A mí, pese al horror que siento por el destino de Lala, me ha alegrado el enfoque que La Prensa le ha dado. Sin embargo, Yubelka piensa diferente. “Me da tristeza leer los comentarios que felicitan al periódico porque abordó y sigue abordando el tema de la forma en que debería abordarse siempre. A estas alturas no deberíamos tener que alegrarnos porque un medio de comunicación hace su trabajo básico, pero estoy clara que, comparado al pasado y a como se han tratado estos temas históricamente, es un paso gigante”.
Con Lala en mi mente, vinieron a mi memoria unos versos de Gioconda Belli. “Si eres una mujer fuerte/ prepárate para la batalla:/ aprende a estar sola”. Y, aunque me duele pensar en la crueldad y la soledad de sus últimos momentos, sé que ahora ya no lo está. Su madre, su tía, sus amigas, las activistas, la editora, las periodistas y yo tampoco lo estamos. Ninguna mujer que lea este texto lo está. Porque, aunque todos los hombres de cabezas medianas quieran hacernos creer lo contrario, nos tenemos las unas a las otras.
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