La salida el 30 de diciembre de 91 personas injustamente encarceladas por el régimen debe ser analizada en dos dimensiones. Primero la personal que, aunque solo son excarcelados, al menos cada uno de ellos tiene hoy la oportunidad de estar con sus familiares.
Para cada uno de ellos la posibilidad de estar en su casa seguramente les da una inmensa tranquilidad, pero la verdad es que el régimen les ha devuelto muy poco. Aparte que la amenaza de cárcel continúa como espada de Damocles, también siguen secuestrados sus derechos ciudadanos y su libertad.
La otra dimensión es la que nos toca a todos en general. ¿Tiene algún significado este cambio de régimen carcelario que se ha efectuado a estas personas? Acá igual, el régimen ha entregado muy poco. La liberación plena de todos los presos políticos (no excarcelación o casa por cárcel) es un compromiso que la dictadura aceptó y firmó en marzo de 2019 y de los puntos acordados no ha cumplido plenamente ninguno.
Al contrario, el asedio incluso contra los recién excarcelados continuó el mismo día que llegaron a sus casas.
Ya ha quedado claro que la excarcelación se da mediante una negociación del nuncio apostólico, monseñor Waldermar Sommertag, quien ─se ha dado a entender─ no conducía las conversaciones por iniciativa propia ni con la simple venia de la Santa Sede.
Por lo que se ha publicado se puede entender que en esta última etapa, cuando el nuncio hablaba con los representantes de la dictadura en efecto hablaba el Papa Francisco. A pesar de ello, según información extraoficial, la soberbia del régimen lo llevó a retrasar esta liberación que primero se esperaba para septiembre, luego a inicios de diciembre e incluso días antes de Navidad.
Pero sabemos que el régimen no es solo atrevido y soberbio. Ambos dictadores tienen una imagen de sí mismos que está más allá de toda realidad. Ese comportamiento errático es esperable. Lo que cabe acá es preguntarse el alcance de la negociación.
Si la negociación obedece a objetivos meramente humanitarios, o sea, que la iniciativa sea de la Santa Sede en solitario, podría no esperarse más de lo que ya se está logrando, aunque resulta difícil creer que los Ortega - Murillo van a ceder sin obtener nada a cambio; sin un "quid pro quo" como está de moda decir ahora que tanto se habla del juicio político al presidente de Estados Unidos, Donald Trump.
Pero a tan pequeño gesto del orteguismo, en caso de limitarse a solo la excarcelación, cualquier mente sensata solo podría esperar un gesto igual de pequeño de la otra parte.
Pero este movimiento puede estar impulsando algo más amplio. Claro, los resultados, como en las dietas o en los gimnasios, no están garantizados.
Recordemos sí que no sería la primera vez que el Papa Francisco ha jugado un papel en la política latinoamericana. Logró el breve deshielo de las relaciones entre Estados Unidos (en tiempos de Barack Obama) y Raúl Castro en 2015, aunque no le fue tan bien cuando quiso entrar a lidiar en la política interna de Venezuela.
Si la apuesta es en realidad más amplia, entonces habría que pensar en que acá se estaría jugando al menos a tres bandas. De ser así, ¿será que el orteguismo pretende abrir un espacio de diálogo aunque sea indirecto con la Unión Europea? Las últimas acciones del bloque de los 28 indicarían a los estrategas del orteguismo que al menos deberían intentarlo.
No hay que olvidar que la última resolución del Parlamento Europeo reforzó el llamada a sanciones individuales y a la expulsión de Nicaragua del Acuerdo de Asociación, que es un tratado de libre comercio con un componente político.
En esa misma resolución se pidió la liberación no solo de los presos políticos, sino de la "banda de los aguadores" y en particular de la valiente joven belga-nicaragüense Amaya Coppens. Todos ellos excarcelados el 30 de diciembre.
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De ser así, esta negociación sería, al menos, tripartita. Pero si bien los gestos mal disimulados de la dictadura no han servido para detener las sanciones de Estados Unidos en el pasado, tampoco se puede creer que sirva para convencer a los europeos. La posición de Estados Unidos sigue siendo clara:
Y por si quedaban dudas, en el último día del año la Comisión de Justicia y Paz de la Arquidiócesis de Managua sacó un comunicado dejando claro qué es lo que se espera para este 2020.
Todos deberíamos estar claros a estas alturas de dos cosas: la solución para salir de la dictadura debe ser electoral con elecciones libres y transparentes; y que eso no va suceder antes de noviembre de 2021.
Queda poco tiempo. No son los 22 meses que cualquiera pensaría. A eso hay que restarles tres meses de campaña, seis meses ─mínimo─ de la transformación del sistema electoral o al menos de su personal y si se le quita diciembre de 2020 que como todos los diciembres aquí nadie hace nada, entonces en realidad solo quedan 12 meses para organizar una opción real y viable de oposición.
Si ya existen conversaciones en las que al menos algunas sanciones se retrasarían (no se levantarían las ya establecidas) a cambio de pasos claros y concretos hacia una salida cívica y electoral de la crisis hay que acelerar el paso.
Hay que reconocer que la Alianza Cívica y la UNAB ya han tomado pasos significativos, repito, noviembre de 2021 está en realidad a la vuelta de la esquina.
Tampoco hay que olvidar que sin negociación o con negociación, la primera opción del régimen es permanecer en el poder. Si no puede lograr eso, la segunda opción es entregar el poder pero protegerse de las consecuencias de sus delitos, y el tercer escenario es el que sí pretenden evitar a toda costa: perder el poder y quedar de frente ante la justicia.
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