Joaquín era hiperactivo, jovial, bromista y le gustaba jugar basquetbol. Era hijo de un conocido político de la década de los 80 y había sido diagnosticado con esquizofrenia paranoica. Cuando le conocí, tenía cinco meses de estar ingresado en el hospital psiquiátrico donde yo hacia mí internado en psiquiatría. Alguna vez me dijo: aquí me siento seguro, en mi casa “los agentes de la CIA me persiguen continuamente, no me dejan en paz y eso me da miedo”.
Cada día por la mañana al comenzar mi turno revisaba los expedientes de mis pacientes. Ese día al revisar el de Joaquín encontré la siguiente nota del psiquiatra encargado de su caso: "Paciente del sexo masculino con diagnóstico de esquizofrenia paranoica, programado para electroshock este día a la 1:00 p.m.".
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Bromeando y sonriendo acompañe a Joaquín a la sala de electroshocks. Un cuarto sombrío, pequeño, con una mesa de metal en el centro, de la cual colgaban seis sendas correas de cuero con hebillas. Lo que parecía ser un aparato eléctrico, con largos cables gruesos reposaba al lado de la mesa metálica.
Un médico y dos enfermeros nos esperaban dentro de la habitación. Ellos invitaron a Joaquín a reposar sobre la mesa de metal y de inmediato gruesas cinchas lo inmovilizaron. Su cabeza, brazos, pecho, muslos y pantorrillas, fueron atravesados de lado a lado; y a ambos costados de su cabe, sobre el cuero cabelludo le colocaron dos electrodos, que al conectarlos pasaron una corriente eléctrica por su cerebro.
Una corriente lo suficientemente fuerte como para inducirle una crisis epiléptica. Nunca olvidaré el sonido de la descarga eléctrica. Un zumbido penetrante y monótono; seguido de una convulsión al inicio espástica, donde cada uno de los músculos del cuerpo de Joaquín experimentaron una contracción tan fuerte y dolorosa, que lo hicieron emitir un bufido tenebroso, salido de las entrañas más profundas de su garganta.
"La dolorosa contracción provocada por la corriente eléctrica fue seguida por una convulsión que estuvo acompañada de miles de rápidas contracciones y relajaciones de sus 650 músculos. Las órbitas de sus ojos estaban completamente en blanco y de las comisuras de sus labios caían chorros de saliva. Un espectáculo dantesco, que de alguna manera me hizo sentir lo primitivo de mi profesión".
Alfonso Rosales, médico epidemiólogo
La Terapia Electroconvulsiva (TEC), también conocida como terapia por electrochoque, se ha usado por más de 80 años. Es una de las terapias psiquiátricas más antiguas y todavía está rodeada de estigma y controversia.
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La TEC fue introducida en 1938 por el neurólogo italiano Ugo Cerletti. Se utiliza en psiquiatría para el tratamiento de la depresión profunda y otras enfermedades mentales como la esquizofrenia. La idea le nació a Cerletti al observar que en los mataderos los cerdos quedaban totalmente tranquilizados después de recibir una descarga eléctrica.
Su teoría fue que “con esta técnica se podrían limpiar las mentes de los enfermos para que vuelvan a empezar de cero, imprimiéndoles una nueva personalidad”.
Como recoge una pieza del escritor argentino Dario Cavacini: "demasiada coincidencia que el electroshock fuera inventado en uno de los periodos más oscuros de la historia de Italia: el fascismo de Mussolini.
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Esta terapia aún utilizada en nuestros tiempos nació —en tiempos de Hitler y Mussolini— de experimentos en humanos. Durante los años 50 fue utilizada de manera coercitiva para tratar la rebeldía en la mujer y la homosexualidad. Castigar las conductas que no son normativas, de poblaciones exentas de derechos. El mismo Jack Nicholson lo sufrió, durante la filmación de “Alguien voló sobre el nido del cuco” (1975), cuando el actor personifico a un hombre subversivo y libre.
En nuestros días la medicina ha evolucionado y sus tratamientos requieren evidencia científica de sus beneficios. La TEC se sigue utilizando. Apenas son cuatro segundos los que dura la descarga eléctrica en el paciente, que permanece en anestesia general durante todo el proceso. Mientras una gran computadora monitorea su actividad cardíaca y cerebral para personalizar la terapia y evitar efectos secundarios.
Actualmente la TEC es un tratamiento completamente normal que no se parece en nada a lo que era en mi internado. Su uso ya no es para castigar sino curar.
*El autor es médico epidemiólogo, salvadoreño radicado en Estados Unidos
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