Aunque su marido regresó pronto, acompañado de la matrona del pueblo, habían pasado 4 horas desde que rompió la fuente. Las contracciones habían comenzado, pero aún no eran muy fuertes y se presentaban con intervalos largos. La matrona corroboró que era un trabajo de parto que apenas iniciaba, así lo pensó y así lo comunicó a la pareja.
Me parece que esto va para largo, les dijo la matrona. Acuéstese del lado izquierdo, y póngase a caminar de vez en cuando, yo me voy a mi casa y regreso en una hora. Dos horas más tarde regresó, el trabajo de parto continuaba igual, contracciones suaves, no muy dolorosas y separadas por intervalos largos. Esto no progresa, dijo con tono de preocupación.
Sacó su celular, llamó al médico del centro de salud y le explicó la situación. Afuera la lluvia arreciaba, el olor a tierra mojada inundaba el ambiente, ayudada por corrientes de aire que agradablemente se llevaban el calor. La casa ya se encontraba rodeada por sendos charcos y lodazales; y los árboles bailaban en unísono al silbido del viento, Gabagaba Nonoa….
Eran las dos de la tarde y pronto la noche caería y conseguir transporte se haría más difícil. La matrona, quitándose el celular de la oreja dijo: esto no progresa, ya rompió fuente y no me gustaría que pase la noche aquí. Creo que es mejor que nos vayamos al centro de salud antes que la noche caiga.
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El marido asintió con la cabeza en señal de aprobación y suspirando profundamente dijo, alistate “mama”, voy afuera a preparar la motocicleta. La lluvia le acariciaba el rostro, era una sensación agradable. A la “mama” le gustaba salir de la comunidad y visitar el pueblo; le gustaba la sensación de protección que sentía al tener el calor de su marido tan cerca. Recordaba como le gustaba apoyar su cara sobre la espalda de él, mientras conducía la moto.
Mucha paz la inundaba en esos trayectos que tantas veces recorrió con su marido. Extrañamente, no se sentía nerviosa. Ya estaban cerca del pueblo y tenía la esperanza de que el médico del centro de salud le ayudaría a traer su bebe a este mundo. Confiaba en el sistema, confiaba en su matrona, confiaba en su marido, en su Dios, en todo….
Eran las nueve de la noche, un grito agudo, más bien un aullido, despertó a la matrona. Se levantó angustiada y corrió hacia la recién parida. La encontró en un charco de sangre, todavía con el suero en la vena. En ese momento el médico, que no había asistido el parto, ni monitoreado el trabajo de parto, a pesar de tratarse de una inducción con oxitocina, también corrió.
Al llegar se encontró con un espectáculo dantesco. La “mama” con la mirada pálida y perdida, era asistida por un par de matronas, ambas estaban pálidas también y trataban desesperadamente de hacer algo, pero sin saber qué.
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¡Esta mujer esta chocada¡ grito el médico, rápido más suero…los segundos pasaron y se volvieron una eternidad. ¡Rápido señor! dijo una de las matronas, ¡necesito sacarle sangre!
El marido confundido corrió siguiéndola, ¿Qué pasa? pensó nerviosamente y preguntó ¿Qué pasa? ¿Qué pasa? Los segundos pasaron, volviéndose una eternidad, los suspiros nerviosos, se convirtieron en quejidos y estos en un nudo, un nudo inmenso que le impedía tragar, la boca reseca, los ojos nublados por las lágrimas…los segundos pasaron, volviéndose una eternidad. Eran las nueve de la noche y en la comunidad dos niñas de 2 y 4 años quedaban huérfanas de madre y todavía no lo sabían.
Varios años después comprenderían que su vida había cambiado desde aquel día; que su padre nunca había vuelto a sonreír desde aquella noche, que su “mama” se había ido al cielo; que ser pobre era horrible y que la vida…la vida era una mierda.
Casi 300 mil mujeres mueren cada año durante y después del embarazo y el parto. 94 de cada 100 de estas muertes se producen en países pobres y la mayoría pueden evitarse. África subsahariana y Asia meridional representan aproximadamente el 86 por ciento de las muertes maternas estimadas a nivel mundial. Solo en África subsahariana se produjeron aproximadamente dos tercios de estas (196 mil) de las muertes maternas, mientras que en Asia meridional se produjo casi una quinta parte (58 mil).
Pero mientras ellas mueren, la vida sigue y para miles de personas su mayor preocupación es conseguir el mejor escenario para tomarse un selfie.
*El autor es médico epidemiólogo, salvadoreño radicado en Estados Unidos
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