En la entrega de mi blog de la semana pasada: “La Coalición Nacional y la posibilidad de un nuevo tiempo para Nicaragua”, expuse que la conformación de la Coalición Nacional abre una oportunidad para acabar con cinco elementos nocivos de la vieja forma de hacer política. El primero que menciono es el caudillismo y sobre este tema quiero ahondar.
Asegurar que el caudillismo ha sido uno de los grandes males de nuestra historia, no es exagerar. Para que estemos claros que es así, a continuación detallo algunos pasajes de nuestra historia que reflejan la magnitud del mal del que estamos hablando.
En primer lugar, no perdamos de vista que antes de la llegada de los españoles el papel del cacique ya era preponderante. Nos llamamos Nicaragua, precisamente en honor al caudillo que en esa época gobernaba el sur de nuestro país, el Cacique Nicarao.
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El período colonial lo estrenamos con un caudillo que marcó escuela: Pedrarias Dávila. Hombre ambicioso, autoritario, cruel y violento. Responsable de la ejecución de Vasco Núñez de Balboa y de Francisco Hernández de Córdoba. Forjó un gobierno familiar, otro rasgo típico del caudillo local, siendo su yerno Rodrigo de Contreras, el responsable del asesinato de Obispo de León Fray Antonio Valdivieso.
Si de ahí saltamos al periodo independentista, encontramos que en 1820 la disputa era entre los dos caudillos del momento: Manuel Antonio de la Cerda y Juan Arguello. Después de pasar cárcel en España por sus luchas independentistas, al regresar al país se pelearon por 500 pesos. Esa cantidad debió ser bastante plata en esa época. Esa fue nuestra primera huaca, otro elemento común de los caudillos, el enriquecimiento.
Las diferencias personales entre Cerda y Arguello les enemistaron políticamente. Y aunque ostentaron el poder como gobernante y vice gobernante al mismo tiempo, incurrieron en una guerra que provocó muerte, destrucción y atraso. Esa pugna contribuyó a que se perdiera Guanacaste y se sembrara la discordia entre los nicaragüenses. Con ella se instauró la guerra como método para resolver nuestras diferencias.
Casi dos décadas después, en 1838, Francisco Morazán es electo como líder de la Federación Centroamericana. Pero sus ideales liberales provocaron que la élite conservadora lo derrocara y la Federación se disolvió. Cada país comenzó a caminar libre, soberano y por su cuenta, pero fragmentados y pequeños. Centroamérica perdió la posibilidad de conseguir relevancia hemisférica y terminó siendo una región dividida, formada por varios países pequeños.
En 1854 Fruto Chamorro, siendo Director de Estado reforma la Constitución para garantizar su permanencia en el cargo. Expulsa del país a Francisco Castellón y a Máximo Jérez, que encabezan una rebelión que termina en guerra civil. Al no poder derrocar al gobierno, en 1855 Castellón y Jérez piden ayuda a William Walker, otro caudillo. La guerra se extiende hasta 1857 y deja el país en ruinas.
Tomas Martínez, de quien hablé bien en la entrega de mi blog, “Sigamos la ruta de los pactos buenos”, por su buen desempeño en el Pacto Providencial, después violó la Constitución al reelegirse. Martínez se convirtió en el padre de la reelección, un mal que camina atado al caudillismo.
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Después de la Guerra Nacional, la élite conservadora asume el control hegemónico del país. Apoyada en reelecciones continuas se mantiene en el poder durante 36 años, en los que, a pesar de que hubo alternancia en el poder, limitó la participación política de los liberales. Además, mueven la capital de León, ciudad liberal, a una más neutral, Managua.
Después de múltiples intentos militares, en 1893 los liberales, liderados por José Santos Zelaya, recuperan el poder por la armas. Declaran enemigos a los conservadores, quienes obviamente son reprimidos y confiscados.
Para concretar sus ansias reeleccionistas, Zelaya violenta La Libérrima, Constitución que él mismo promovió. Se mantuvo en el poder por dieciséis años, realizando elecciones amañadas, reprimiendo y aplacando rebeliones. En 1909 los conservadores retoman el poder y se declaran enemigos de los liberales, que obviamente son reprimidos y confiscados.
Como dato curioso, en 1925 se eligió una fórmula que incluyó ambos partidos. Esa fue una de esas raras oportunidades de consenso partidario. Carlos Solórzano conservador, gobierna con su vice liberal, Juan Bautista Sacasa. Las diferencias partidarias se redujeron y a pesar de las contradicciones ideológicas, fue posible la gobernanza.
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Este gobierno es derrocado por Emiliano Chamorro, que había gobernado entre 1917 y 1921. Pero ansioso de volver al poder da un golpe de Estado conocido como “El Lomazo”, truncando así a un gobierno de coalición. Esta acción marcó el inicio de la Revolución Constitucionalista, que llevó a los conservadores a la barbaridad de pedir la intervención militar extranjera. En esa época Nicaragua perdió las islas San Andrés y Providencia. A la guerra constitucionalista le siguió la guerra de Sandino, quien firmó la paz y luego fue asesinado.
Lo que sigue son historias similares. Somoza García es electo Jefe de la Guardia y paulatinamente elimina a los conservadores y a todo el que se le opone en la institución militar. Tumba a su tío Juan Bautista Sacasa con un golpe de Estado para instaurar una nueva dictadura. Reprimió a opositores, premió a serviles, compró a indecisos y sobornó a los zancudos. Pactó en reiteradas ocasiones con los conservadores, por lo que estos perdieron toda credibilidad. Los dos hijos de Somoza García siguieron las recetas del padre. El último de la dinastía, en 1971 firma el Kupia Kumi con Fernando Agüero Rocha, este pacto le dio el tiro de gracia a los conservadores.
Así llegamos a Ortega que es la encarnación de todos los caudillos anteriores. Trajo guerra, miseria, reelección, pactos, prebendas, exilio, tortura, división, fanatismo y corrupción. Entregó la soberanía reviviendo tratados canaleros. Manda a asesinar a quienes se le oponen. Es el producto de nuestra historia errada. De la creencia que aquí el que nos salva es el ungido, el mesiánico líder infalible, que luego cae en su propio laberinto de violencia del que no puede salir y cuando lo hace es porque ha dejado el país en ruinas.
Podría hablar de caudillos más recientes e incluso de algunos en potencia que ya andan por ahí, pero creo que el punto está planteado. En Nicaragua, salvo raras excepciones, no han existido instituciones ni justicia, tampoco Estado de derecho ni nada que se le parezca. Lo que ha regido es la imperiosa voluntad del dictador de turno, del caudillo egoísta, sociópata y cruel, que gobierna solo para sí y ante sí.
Por ello, en la nueva forma de hacer política, los caudillos deben ser reemplazados por líderes cívicos y democráticos. Sus poderes deben ser limitados por ley y por el voto. Deben ocupar el espacio político que se les asigne para aportar ideas y propuestas, trabajar, servir al país y cultivar nuevos liderazgos. Y al concluir sus periodos, retirarse a sus casas para dar paso a nuevos lideres.
Solo así podremos construir lo que en 200 años de vida independiente no hemos logrado: una verdadera democracia plena y representativa. Una democracia que deje atrás los vicios arrastrados y que están arraigados en la forma de hacer política. La solución la tenemos todos en nuestras manos, para la construcción de una Nicaragua democrática y en libertad.
Texto original en el blog: https://juansebastian.ch/
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