Escribo estas líneas en memoria de una niña que ha tenido su corta vida truncada por la situación de violencia y exclusión que sufren las niñas y niños pobres de Nicaragua.
Una noticia del día martes 7 de abril habla del caso de una niña de 13 años con las iniciales K.A.O.M. Yo le llamaré con el nombre ficticio de “Kenia”, que en una lengua africana significa “montaña luminosa”. “Kenia” mendigaba desde hace años en los alrededores de la rotonda Bello Horizonte, en Managua. La noticia cuenta que en la propiedad de una gasolinera, la niña sustrajo ilícitamente dos litros de aceite para carros. En respuesta, el guardia de seguridad le propinó un tiro por la espalda y ella murió instantáneamente.
No conozco los detalles del hecho y no haré especulaciones. Cualquier persona razonable sabe que el acto de dispararle a una niña de esa forma, no tiene ninguna justificación. El hecho merece una investigación, aunque nuestras esperanzas en las leyes y en el actuar de la policía criminal, son inexistentes.
Esta trágico hecho nos obliga a reflexionar con seriedad e indignación sobre la situación de niñas como “Kenia” y el gravísimo estado de la niñez nicaragüense[1]:
Resulta indignante que aunque Nicaragua recibió cifras récord de cooperación internacional en la última década, los avances reales en reducción de pobreza infantil fueron modestos.
El autor también ha escrito: Frente al Covid-19: Este régimen, ¡no hace y no deja hacer!»
Bajo la dictadura de Daniel Ortega, el país perdió tiempo valioso en mejorar los pilares del desarrollo infantil como son la educación, salud, nutrición y seguridad. Además, en el actual contexto de la pandemia de Covid-19, a nuestro país se le vienen encima retos adicionales que añadirán mucha complejidad a los esfuerzos futuros contra la pobreza.
Los datos sobre pobreza infantil son alarmantes y colocan a Nicaragua entre los peores países de América Latina para ser niño o niña. Aún así, los números son sólo una fotografía opaca e imperfecta de la severidad de la pobreza infantil en Nicaragua. La realidad es todavía más grave. Nada retrata con mayor claridad los retos actuales y futuros que la historia trágica de niñas como “Kenia”.
El asesinato de “Kenia” coincide con el cumpleaños del niño mártir de Abril, Álvaro Conrado quien este mes cumpliría 17 años de edad. Álvaro fue asesinado en el año 2018 por el régimen de Ortega, por el sólo hecho de querer un país mejor. Su grito del dolor al respirar es un grito por la libertad que nos inspira, pero también es una alarma ante la violación a los derechos de todos los niños y niñas de Nicaragua.
En el futuro inmediato, Nicaragua debe incorporar buenas prácticas en materia de educación, inclusión social y protección de la niñez, de países como Costa Rica, Finlandia y Corea del Sur. El aprendizaje principal de esos casos de éxito es que hay muchas iniciativas que se pueden implementar en países de bajo ingreso como Nicaragua, si hay voluntad política de priorizar la atención integral a la niñez. Gracias a la tecnología, muchos de esos sistemas incluyentes, colaborativos y modernos, se han abaratado. Sin embargo, además del contexto de dictadura, Nicaragua continúa con esquemas del Siglo XIX, lo que agrava las perspectiva de desarrollo para nuestra niñez.
De “Kenia” no tenemos más fotografías que la macabra escena de su muerte. Yo prefiero imaginar su sonrisa, y pensarla jugando feliz con otras niñas en un lugar de luz. Su memoria nos mueve a trabajar de una vez por todas en construir el país que nuestros hijos y muestras hijas merecen. No hay tiempo que perder.
[1] Para más información, ver “Infancia y Pobreza en Nicaragua: Contexto, Retos y Perspectivas”; por Félix Maradiaga, Marvin García, et. Al (2008). Puede leer aquí.
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