Monólogo

La tragedia que enfrentan los funcionarios públicos

Mientras participaba en una de las marchas, de las primeras, al pasar por la rotonda Rubén Darío sentí que alguien me agarró del brazo. Me volteé, al principio no vi a nadie, pero seguí buscando y ahí estaba ella. Una mujer pequeña, tapada completamente. Se quitó los lentes oscuros, nuestros ojos se conectaron y nos quedamos viendo por un rato sin decirnos nada. Yo aún no descubría quien era, porque así tapada no había forma de identificarla. Y ella, consciente de que no podía reconocerla, se quitó el trapo que le cubría la cara y me dejó ver una gran sonrisa. Me encantó reconocerla y de inmediato le dije que se envolviera, porque si alguien la reconocía, perdería su trabajo.

Era una funcionaria pública de décadas, comenzó en los setentas siendo muy joven. La conocí mientras trabajé con ella en el Ministerio de Hacienda. Me dijo que no podía faltar a esa marcha, que tenía que hacerlo por los muertos y por los estudiantes. Recuerdo perfectamente esas palabras. Percibí su satisfacción de estar ahí, aún a riesgo de ser despedida del único trabajo que tuvo en su vida. No sé qué pasó con ella, no quiero preguntar para no comprometer a nadie. Quizás sigue ahí o tal vez se jubiló. Haré un esfuerzo por localizarla.

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Como ella, hay miles de personas que han dedicado sus vidas a la función pública. Docentes, personal sanitario, funcionarios, analistas, policías y militares. Miles de nicaragüenses que en medio de esta tragedia provocada por la intransigencia y el deseo de poder, han quedado en una posición muy compleja.

No todos son fanáticos

Es cierto que en las instituciones hay muchos fanáticos. Sin embargo, una buena parte de los funcionarios reconocen y reprochan los abusos. La existencia de fraudes electorales y los presos políticos, la prepotencia y la irracionalidad. Muchos de estos funcionarios, anhelan, como nosotros, una Nicaragua en progreso y bienestar, en desarrollo y paz. Pero por temor a perderlo todo no pueden hacer nada.

La actitud irresponsable de la dictadura, al promover actividades o continuar con normalidad las labores del sector público, ha expuesto a muchos de los servidores al contagio. Lo estamos viendo. A diario nos llegan noticias de funcionarios que han muerto por neumonía, aunque todos sabemos cuál es la realidad. Personas con las que trabajé y de quienes aprendí. Con quienes guardo cierto cariño a pesar de que han seguido trabajando para un régimen inhumano. Que ahora les está demostrando que no tiene compasión ni siquiera con sus empleados.

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Duele ver morir a gente buena, anónimas hormiguitas que aportaron al funcionamiento del Estado y a quienes las cámaras nunca iluminaron. Pero que diseñaron presupuestos, planes operativos, proyectos de inversión, programas de mejoramiento de escuelas, estudios de factibilidad de carreteras. Gente humilde que ganando poco, trabajó para todos los nicaragüenses. Funcionarios muy distintos a los “grandotes”, que el partido nombra y les permite chupar el erario porque son serviles. A esos no me refiero, sino a los que han estado ahí desde hace muchos años, trabajando, haciendo lo que saben hacer, manejar un Estado a pesar de los abusos de los políticos.

No repitamos la bajeza de ellos

Por eso me aflige que haya gente que sin conocerlos los juzgue y se complazca con su muerte, solo porque trabajaban para el Estado. ¡Sapo te fuiste, se hizo justicia! Dicen con satisfacción sin conocer la historia de cada uno de ellos.

Si nos indignó ver al comisionado Ramón Avellán bailar todo uniformado, mientras conducía la operación limpieza. No repitamos su bajeza, no bailemos sobre estos muertos, ni siquiera sobre los más cercanos a la dictadura. “No saciemos la sed de justicia tomando del vaso de la amargura y del odio”, nos recuerda siempre un famoso predicador. El que celebra la muerte de ellos, se parece a ellos. Por muy malas que hayan sido estas personas, tienen familia. Dejemos que los entierren en la poca paz que permiten las circunstancias.

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Hace pocos días la comunidad internacional sancionó en carácter individual al Jefe del Ejército, Julio César Avilés y al Ministro de Hacienda, Iván Acosta. Aunque las instituciones que presiden no están afectadas, es evidente que al estarlo sus máximas autoridades, su operatividad sufrirá algún efecto. Las actitudes que propiciaron que estos dos individuos fueran sancionados, no deberían afectar a funcionarios, que a pesar de estar bajo su mando, no han cometido abusos. Hay oficialidad en el Ejército que no ha tenido nada que ver en la represión. Y en el Ministerio de Hacienda hay muchos funcionarios, como mi ex-compañera, que tampoco han estado involucrados en ellos.

Por el bien de las personas a su cargo -que actualmente se encuentran bajo una enorme incertidumbre-, los funcionarios sancionados deberían apartarse de las instituciones. Si aún les queda algo de aprecio por sus organizaciones, apártense y no afecten a los demás.

En una Nicaragua donde haya justicia, los responsables de los abusos ya demostrados, tendrán que responder por sus crímenes. Pero esa Nicaragua la tenemos que construir sin odio ni rencor, y en torno a un proyecto colectivo que una a la mayoría de la población.

Y por este lado de la lucha, no sigamos sembrando odio y amargura contra los hermanos nicaragüenses que están del otro lado de la acera. Ese odio nos destruye internamente. Además, ellos lo observan y lo usan como pretexto para unir a su gente y fortalecerse. Si el argumento moral de que es malo odiar no convence, entonces consideremos el segundo que es práctico, que nuestro odio los une a ellos.

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En estos momentos oscuros, en los que la sombra de la muerte va cubriendo lentamente a toda Nicaragua, queda claro que al régimen le importa poco la vida de sus funcionarios. Pero la lucha que inició en abril de 2018 y que ahora pasa por la defensa de la salud del pueblo, debe incluir también la salud, integridad y el futuro de todos estos hermanos nicaragüenses que han dedicado su vida a la función pública.

Porque la nueva Nicaragua con la que soñamos tiene que ser distinta. En ella tendremos que erradicar por siempre ese odio que por décadas han sembrado los que han engañado, pretendido con ropajes de falsa solidaridad encubrir sus ambiciones de poder.

Texto original en el blog: https://juansebastian.ch/

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Juan Sebastián Chamorro

Soy director ejecutivo de la Alianza Cívica por Justicia y la Democracia. Del 2014 al 2019 dirigí Funides. También fui director de la Cuenta Reto del Milenio en Nicaragua. Tengo una licenciatura en economía de la Universidad de San Francisco, un máster en economía de la Universidad de Georgetown y un doctorado en economía por la Universidad de Wisconsin, Madison.

Ver comentarios

  • Juan Sebastián, la mayoria de los opositores que adversamos a la Dictadura, estamos conscientes que tenés aspiraciones presidenciales, esos deseos no son reprochables, son válidos, porque sos un ciudadano nicaraguense que tiene derecho a postularse para ejercer un cargo Público (Presidencia). La cuestión es que tus ideales y tus principios prevalezcan en la nueva Nicaragua, que la Ley sea tu bandera y tu insígnia. Ojalá que en un verdadero gobierno, que promueva el cambio de todas las estructuras del Estado, en la práctica haga cumplir la Ley No. 476 ''Ley de la Carrera Administrativa y del Servicio Civil de Nicaragua''. El cumplimiento de dicha Ley, garantizará que esos funcionarios y servidores públicos, no sea vean obligados a hacer proselítismo político para gozar de cierta estabilidad laboral.

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