Durante un reciente viaje, una mañana mi cerebro finalmente comprendió que se encontraba en otra Nicaragua. Sabía que estaba en Pansuhwas, una comunidad remota de la Costa Caribe Norte, pero un hecho me lo confirmó. Fui a una de las sencillas casas de madera del lugar, vi a una niña de unos nueve años cocinando, le dije: “¡Hola! ¿Me podés prestar una pana, por favor?” y ella solo me miró. Sus ojos permanecieron fijos en mí unos segundos y a continuación me dijo algo en mayangna. La otra Nicaragua se mostraba frente a mí.
Pansuhwas, Mukuswas e Ispayulilna son tres caseríos del territorio Mayangna Sauni Arungka localizados entre Rosita y Bonanza, en el Triángulo Minero. Sus habitantes son tan nicaragüenses como yo, sin embargo los ignoraba.
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A ocho horas de Managua, en medio de las montañas y viendo hacia Bosawás viven compatriotas sin acceso a energía eléctrica, agua potable o internet. En sus asambleas comunales no se ven celulares, ni tablets y hay pocas mascarillas pues aquí el coronavirus no ha clavado las garras. Mis prioridades no son las suyas y sus problemas no son los míos.
A pesar de que nuestro país es tan pequeño, apenas se ve en el mapa mundi, trasladarse del Pacífico al Caribe es un baño de realidad. Cuando la carretera da paso a los caminos de tierra y los pueblos se convierten en casitas dispersas rodeadas de verde, no es que Nicaragua se acabe, es que empieza otra.
Una Nicaragua desconocida, infravalorada, discriminada, olvidada. Una con otra lengua, otras costumbres, otras necesidades y otra manera de ver la vida. Una en la que el paso del tiempo lo marcan los buses que viajan de Rosita a Bonanza y donde la única construcción de concreto es la iglesia protestante.
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Desde 2018 se habla de la construcción de una “nueva Nicaragua”, pero no se podrá concretar mientras las otras Nicaraguas permanezcan en el olvido y en el abandono. Mientras solo miremos a sus tierras cuando las azotan los huracanes y no sepamos al menos las frases elementales del mayangna, del miskito, del creol.
Si en el Pacífico seguimos concentrados nada más en nuestro ombligo, no podremos ver y valorar el resto de nuestro cuerpo. Cuánta sabiduría y capacidades se estarán perdiendo por falta de atención y apoyo, por creer que los mestizos somos los dueños del país.
Apenas noté que la niña y yo no íbamos a poder comunicarnos, decidí hacer exactamente lo mismo que deberíamos hacer con su pueblo: Acercarme más. Con cuidado y respeto. Esa fue la solución.
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