La imagen de la Sangre de Cristo, quemada en un cobarde atentado el 31 de julio, fue tallada en Guatemala por un escultor anónimo probablemente en la década de 1630. Esculturalmente tenía un realismo asombroso, con bellos elementos renacentistas. Sin caer en la exageración, los detalles del martirio eran reales. El rostro moreno, muy fino y real, inspiraba paz. La cruz barroca americana propia de su época, pero sencilla, ayudaba a centrar la atención en la figura de Cristo y su sufrimiento.
Desde un punto de vista cultural, la Sangre de Cristo era una de las obras de arte religioso más importantes de Nicaragua, comparada con la Virgen del Trono de El Viejo; la del Santo Cristo de Esquipulas de El Sauce o la del Cristo Blanco de la iglesia La Merced de León.
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En lo religioso, es una de las imágenes más veneradas por el pueblo católico de Nicaragua. Se le atribuye el milagro de haber salvado al pueblo de la epidemia del Cólera de 1850.
El atentado contra este símbolo religioso fue bien planificado. Se aseguraron de usar un artefacto con el poder suficiente para destruirlo. Aunque milagrosamente eso no ocurrió, pues a pesar de los daños sigue en pie. Lo que viene ahora es un debate en torno a si la imagen debe ser restaurada, para que recupere su esplendor o dejarla como está, para que las futuras generaciones evidencien la barbarie de una dictadura que atacó a la Iglesia indiscriminadamente.
Juan Sebastián Chamorro, director ejecutivo de la Alianza Cívica
Este ataque fue premeditado y motivado por el odio. Lo más preocupante es que no fue aislado, sino parte de la escalada de episodios de profanación, perpetrados contra templos católicos en las últimas semanas.
Hay que hacer una investigación para dar con el cobarde que cometió esta bajeza. Los resultados orientaran inexorablemente hacia los autores intelectuales. Los discursos de odio contra los obispos, la Conferencia Episcopal y la Iglesia son evidencia suficiente para señalar culpables. Que quieran tergiversar los hechos y decir que fue un accidente era de esperarse. Pero hasta el papa Francisco lo calificó de atentado.
El mundo es testigo del odio que tienen contra una institución que ha luchado por el bien del pueblo. El odio profesado es la causa de estos ataques.
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La imagen del Cristo Crucificado siempre me ha generado muchos sentimientos y pensamientos. La humanidad de Jesús en la cruz por nuestra salvación es para mí el máximo símbolo del sacrificio. Por otro lado, siempre que lo veo, me hace pensar en la maldad y la envidia que lo llevaron a la cruz.
Por eso me resulta particularmente chocante y repugnante que haya sido esta imagen la escogida para el atentado. Es como si no les bastara ver a Cristo sufriendo, sino que además le tiran una bomba para reafirmar su odio e ignorancia. Pero como siempre, Jesús se impuso y la imagen permaneció en pie.
Quienes somos católicos y también muchos que no lo son, nos hemos solidarizado con la Iglesia por estos últimos ataques violentos por parte de fanáticos, a los que la dictadura les alimenta el odio. Lo que han hecho, nos han unido en solidaridad. En las últimas décadas no ha sido fácil ser católico en Nicaragua.
Este acto de barbarie dejará grabada en mi mente esa imagen del Cristo, erguido entre las cenizas y la destrucción. Iluminado por un rayo de luz de esperanza que se colaba por el techo de una capilla casi irreconocible. Al verla, me invadieron sentimientos de sobrecogimiento, rabia y frustración. Pero también de esperanza, porque el fuego y el odio no pudieron acabar con esa firmeza y esa luz.
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Lo ocurrido en la Catedral de Managua, nos inspira a seguir erguidos en espera de ese rayo de luz que pronto iluminará a toda Nicaragua. La imagen de la Sangre de Cristo, que permanece en pie aún después de quemada, nos deja una gran lección. Sigue firme, resistiendo, igual que el espíritu y la fuerza de los que queremos que en Nicaragua nunca más haya atentados como este y que reine la justicia.
Inspirémonos en la imagen para permanecer en pie, luchando por la libertad, el cambio, la justicia y la democracia. No olvidemos que de nuestra determinación depende resistir hasta el final, ya que el cambio tarde o temprano llegará.
Texto original en el blog: https://juansebastian.ch/
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