La primera vez que visité a la psicóloga tenía siete años. En julio del 2000 un terremoto sacudió Masaya y partió en dos mi niñez. La vieja casona de mis tíos abuelos, una construcción de adobe y tejas donde me estaba criando, quedó parcialmente destruida. Era tal mi miedo que, de ser una niña activa e independiente, después de los temblores no podía ir al baño sola, ni dormir sin la vigilancia de mi madre. Cuando volví a clases, empezaron las visitas a la psicóloga del colegio a quien yo llamaba “profe”. Lo que más recuerdo de ella es que me transmitía tranquilidad.
Mis abuelos y mis padres vivieron una dictadura y una guerra civil. En mi familia paterna y materna, al igual que en tantas en esta nación, ha habido pobreza, violencia, abandono, alcoholismo, enfermedad, exilio, muerte y dolor.
En tiempo de mis abuelos ya existían los dolores del alma, pero lo urgente era sobrevivir. Después, en la época de mis padres sobrevivir seguía siendo vital, pero educarse pasó a ser lo principal. Ellos fueron los primeros de sus respectivas casas en graduarse de la universidad. Y así, gracias a la educación, la psicología dejó de ser desconocida.
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En 2018, cuando seis psicólogas fundaron la colectiva Sanar Nicaragua, el país se desangraba social y emocionalmente. Mi generación y algunas de las que siguieron nacimos en democracia, pero arrastramos los profundos traumas silenciados y no resueltos de nuestros padres y abuelos.
Además, al igual que ellos, hemos sufrido los golpes de terremotos y huracanes. Y por si fuera poco, ahora también de una dictadura. Una guerra civil no hemos vivido, sino más bien una masacre. Luego para echarle más sal a la herida, nos cayó una pandemia.
En tres años Sanar ha acompañado a más de 400 personas por teléfono. A esto deben sumarse 509 sesiones por Twitter y 100 encuentros vía Zoom. Este grupo voluntario y autogestionado formado por aquellas seis psicólogas y dos encargadas de comunicación es una pequeña barca de rescate en un mar revuelto y embravecido. Porque desde 2018 todos tenemos un amigo, vecino, familiar o conocido asesinado, encarcelado, exiliado, perseguido o que ha cometido suicidio. Y si creemos que no lo tenemos, es que somos quienes los hemos puesto en esa situación.
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En el sitio web de Sanar hay técnicas y ejercicios de autocontención, un cuadernillo de manejo del suicidio, una biblioteca llamada Juntas en resistencia y audios y videos con material de apoyo. Todo gratuito.
Es irónico que en Nicaragua haya siete u ocho aspirantes presidenciales y que Sanar tenga solo seis psicólogas. Habría que consultarle a estos líderes qué opinan de que el presupuesto para salud mental en Nicaragua sea de 15 córdobas anuales por habitante. Habría que conocer sus ideas y planes concretos para atender la grave crisis emocional que experimenta el país. Y sobre todo, habría que preguntarles si ellos han acudido o visitarían al psicólogo.
Continué visitando a la psicóloga de mi colegio por voluntad propia. En muchas ocasiones durante la secundaria entré a su oficina a conversar o simplemente a sentarme en su sofá. En la universidad también tomé sesiones esporádicas y desde 2018 tengo contacto con las profesionales de Sanar. Por eso es que hoy puedo escribir esta columna. Y quiero agradecerle a mi psicóloga. Gracias profe Rosa Marina.
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